Una de las chambas más feas que he tenido 

Compartir

¿Cómo va su semana?

Hoy toca hablarles de uno de los trabajos más horribles que he tenido.

Quiero aclarar que no me considero una víctima.

Nadie me obligo a quedarme un año en este lugar.

Fue un reto, quise demostrarme a mí misma que era fuerte y capaz.

Que sí pasaba un año completito en este ambiente de trabajo. Podría con todo.

Y así fue.

Ahí les va.

Me entere que solicitaban nutriólogas en una avenida muy popular de la Ciudad de México.

En ese entonces vivía aún con mis padres en el Estado de México.

En un principio, aplique con grandes sueños y muchas ilusiones a la vacante. Sin imaginar que me iba a arrepentir de lo que estaba por venir.

Nunca se me va a olvidar esa primera entrevista.

Estaba yo metida dentro de una «oficina» que claramente era un departamento.

No me encontraba sola, alrededor 30 nutriólogas habían aplicado a la misma vacante y habían sido citadas el mismo día que yo, a la misma hora.

Era una entrevista colectiva o grupal.

 Note que no fueron citados hombres, es decir, nutriólogos.

Después de una larga y grosera espera, el “entrevistador” se presentó. Mi futuro jefe durante el siguiente año.

No se disculpó por su retraso, ni siquiera intento excusarse con una falsa historia.

Pasó directo a hablar durante una hora de lo genial que era ese puesto de trabajo al que nosotras habíamos aplicado.

Nos dijo que nos formaríamos como las mejores nutriólogas de México y lo afortunadas que éramos al tener la oportunidad de formar parte de este trabajo.

Para la recta final del discurso nos dijo que la empresa tenía una regla muy importe.

Si decidíamos seguir con el proceso de contratación, estábamos obligadas a permanecer un año.

Para este punto se podía intuir que este personaje era un mentiroso, cero profesional y manipulador de primera.

Pero mis ganas de formar parte de una «empresa formal» como nutrióloga eran muy grandes.

Después de esa amenaza, muchas nutriólogas comenzaron a inventarse cosas para salir huyendo;

¡Se me terminó el tiempo del parquímetro! ¡Disculpe…! ¡Es que me hablaron! ¡Saldré a tomar una llamada!

Se comenzó a respirar el miedo (true story completamente… Se los juro).

La entrevista se volvió un examen donde pasabas a exponer y al final se nos pidió hacer un artículo sobre los carbohidratos que debíamos enviar por correo.

Lo redacté y lo envié ese fin de semana.

Recibí un correo el lunes que decía: Querida aspirante, tenemos buenas noticias a partir del día lunes, te presentarás para tu capacitación y firma de contrato, reglamentos y acuerdos que tendrás con la empresa.

Paso poco tiempo para que me diera cuenta de que era una empresa muy informal y que atropellaban muchas normas laborales.

Los dueños eran una pareja en sus cuarenta y tantos.

Tenían trabajando para ellos al rededor de 20 nutriólogas.

La nutrióloga Anita siempre decía: estos dos, no son quienes dicen ser, estos dos, se escaparon de algún manicomio.

La señora era una mujer sumisa y casi no hablaba. Solo cuando se lo permitía el Señor.

Él, por otro lado, día a día fue más grosero con nostras, más incumplido con sus obligaciones como patrón, más cínico.

Aparecieron los gritos, las groserías, las miradas inapropiadas, los chistes súbitos de tono, las miradas lascivas.

Jamás tuve en mis manos copia de mi contrato, no me dieron seguridad social y ni soñando se hicieron aportaciones a mi cuenta de afore

En ese entonces yo no sabía un carajo de las finanzas personales o derechos laborales. Pero eso no era lo peor.

Tenían 2 políticas muy importantes:

La primera, si el paciente no llegaba a sus objetivos, era 100% responsabilidad y culpa de la nutrióloga.

La segunda: Todos los pacientes deben bajar al menos 1 kg sin importar su objetivo o el peso que tuvieran.

Cuando esto no se cumplía o no teníamos los 6 pacientes que se nos ponía como cuota al día… Era una auténtica pesadilla.

Tenían un sistema para saber quién de nosotras se encontraba en consulta y quién estaba libre.

Se nos mandaba llamar con la justificación de recibir más «capacitación»

Pero básicamente era una tanda de ataques psicológicos, maltrato y comentarios incómodos e inapropiados.

Cualquier detalle en nuestra persona era la excusa perfecta, para decirnos que éramos «pésimas nutriólogas»

Nuestro peinado, nuestros pantalones, nuestro maquillaje, nuestro calzado y un largo, etcétera.

  • Nutrióloga por tu peinado, no tienes tus 6 pacientes
  • Nutrióloga por lo que escogiste hoy para vestirte, no tienes tus 6 pacientes,
  • Porque tienes muchas joyas o porque no traes, por tu forma de pararte, maquíllate más, no hables así, ETC, ETC.

Imagen de Drawlab19 de canva

Amenazaba con despedirnos, diciendo: “”No me estás funcionando nutrióloga»», no estás haciendo lo que yo te digo.

Naturalmente, comenzamos a desarrollar un coctel de emociones negativas hacia este personaje.

Un par, presentaron síndrome de Estocolmo y comenzaron a verlo como un Dios

Pero las que aún conservamos la cordura, sentíamos miedo, asco y desprecio.

Entre nosotras nos dábamos apoyo saliendo de esas sesiones tan espantosas, pero lo cierto es que cada día nos veíamos más cansadas y tristes.

Lo más terrible era que después de la lluvia de violencia de diferentes tipos que recibíamos en sus mentados «entrenamientos» veíamos a nuestros pacientes.

Todas eran excelentes nutriólogas, todas generábamos mínimo 100 consultas al mes.

Nunca se dieron cuenta los pacientes, siempre los atendimos con una sonrisa gigantesca.

La vida de un nutriólogo en el tema laborar es complicada, sin duda.

Les prometo que más adelante platicaremos a fondo de todos los factores que favorecen la existencia de este tipo de trabajos.

Te mando un fuerte abrazo.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *